BALANCE TURÍSTICO DE MONTESEIRÍN EN LA HORA DEL ADIÓS

Ahora que suenan aires de despedida en la Plaza Nueva es hora de hacer balance de la gestión turística del inquilino de la Casa Grande desde junio de 1999. Se irá Alfredo Sánchez Monteseirín tras el congreso regional del PSOE-A de este fin de semana sin poder cortar la cinta inaugural del nuevo auditorio de congresos, acaso el proyecto que mejor simboliza su errática gestión. Ningún político ha pasado a la historia por no hacer nada. Es verdad. La gobernanza y la cosa pública exigen políticos valientes y decididos. Pero él desde luego no figurará en los manuales de las escuelas de negocios más prestigiosas por cómo poner en marcha nuevas infraestructuras de manera modélica. No puede negarse a Monteseirín que no haya creído en el turismo. Descubrió en su etapa como presidente de la Diputación que es una actividad que, salvo rara contumacia, sólo da satisfacciones. A ello se suma la eterna complacencia de los empresarios locales, incapaces de dar un puñetazo en la mesa por muy mal que se hayan hecho las cosas por temor a quedar fuera del paraguas institucional. Y razones ha habido para dar más de uno en los últimos años. No es exagerado afirmar que Sevilla ha seguido viviendo en estos años de las rentas. Apenas se ha incrementado la oferta turística, se ha perdido comba en el segmento de turismo de congresos y reuniones ante el avance de otros destinos, falta una estrategia a medio-largo plazo, la ciudad está más sucia y hay menos seguridad. Tampoco se han alcanzado los cinco millones de pernoctaciones anuales ni tampoco se ha elevado la estancia media de dos a cuatro noches, dos de los objetivos estratégicos que se marcó Monteseirín cuando concurrió a las elecciones de 1999. En el otro platillo de la balanza apenas destaca el Plan Turístico, cofinanciado en un 60% por la Junta. Con semejante balance, ¿se puede aprobar la gestión turística de Monteseirín?